miércoles, 13 de octubre de 2010

Una joya en el desierto


¿Qué tal ha ido vuestro mini break otoñal?

El nuestro, pasado por agua, pero la lluvia también tiene su encanto… retomamos nuestras charlas viajeras con un auténtico tesoro reconocido por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad: Palmira, una antigua ciudad nabatea situada en el desierto sirio y cuyo nombre significa "ciudad de los árboles de dátil".

A pesar de que sólo han perdurado sus numerosas ruinas su visita resulta muy recomendable. Destacamos el templo de Bel, Dios supremo de los habitantes de la ciudad, el Dios de los Dioses.

A pocos metros de ahí se extiende una gran columnata de 1200 m que era el eje de la vieja ciudad, que llegó a tener cerca de 200.000 habitantes (cifra enorme la época). Entre las columnas, por la amplia calle, transitaban los animales, y por debajo había veredas para el tránsito de las personas. A los lados de la extensa columnata hay una serie de ruinas en distinto grado de conservación: el templo de Nebo, deidad babilónica; el templo funerario; el campamento de Diocleciano, que antes había sido el palacio de la reina Zenobia; el teatro y, entre otros, el ágora, donde se realizaban operaciones comerciales y se discutía.
Saliendo de la ciudad, adentrándose en las montañas, hay un paraje inquietante y desolador, con construcciones como torres cuadradas y macizas. Es el valle de las tumbas. Hay tres tipos de tumbas y fueron construidas en los tres primeros siglos de esta era. Algunas de estas construcciones podían llegar a albergar hasta 500 cuerpos ¡viajad acompañados!

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